Por ahí es común que se cuenten leyendas sobre pequeños
duendes que arrastran a niños dentro de
la Sierra, en el que hacen cosas aun no sabidas y quien entra ahí no sale
jamás.
Mi abuela decía que eran muchas las mañanas en las que se me
escuchaba reír y hablar como si estuviera jugando con alguien, lo cuál era raro
pues yo era la única niña que vivía ahí. En una ocasión decidió abrir la
puerta, cuando entró, me encontró a mi jugando totalmente sola. Según su historia, al verla le dije: "Abuela,
espantaste a mis amiguitos". Al escuchar eso, mi abuela se asomó por la
ventana y no encontró más que el mismo paisaje de siempre.
El siguiente hecho, lo recuerdo un poco más claro, una mañana mi abuela me daba de desayunar
cuando comencé a insistir en que se limpiara el cuarto de visitas por qué mi
mamá vendría a verme. No recuerdo de dónde saqué que mi mamá vendría pero
limpiamos el cuarto juntas.
Las mujeres que trabajaban en el rancho al escuchar el
relato de mi abuela, desde esa ocasión comenzaron advertirle sobre a lo que
ellas consideraban peligro. Comenzaron a contarle sobre los chaneques,
aconsejándole de esa manera que nunca abriera la puerta y ni hiciera algo para
que ellos se molestaran con ella.
Mi abuela siempre me dijo que en esa ocasión que mi mamá
nunca llamó ni avisó que iría a verme. Ella también siempre contaba que cuándo
me preguntó de dónde sacaba la idea de que mi mamá llegaría yo solo respondí:
"mis amigos me dijeron".
En Cuetzalan cuentan siempre historias sobre chaneques,
duendecillos que se hacen amigos de los niños solitarios y tristes o
simplemente niños que lograban caerles bien a ellos, daban momentos de
felicidad y regocijo pero, cuidado, si le llegabas a caer mal a uno por qué la
consecuencia era que se llevaban a los niños con quienes jugaban para que sus
padres nunca los volvieran a ver...
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